jueves, 28 de abril de 2011

1º de Mayo

El Día, 28 de abril de 2011

Intersindical Canaria (IC), la Unión Sindical Obrera (USO), el Frente Sindical Obrero Canario (FSOC), Comisiones de Base (Co.Bas) y la Confederación General del Trabajo (CGT) celebrarán el Primero de Mayo con una manifestación por las calles de la capital tinerfeña en la que escenificarán su divergencia respecto a los sindicatos mayoritarios, a los que critican su "seguimiento" de las políticas de recortes sociales y laborales.

En una rueda de prensa, portavoces de las cinco organizaciones informaron ayer de que su marcha arrancará a las 11:30 horas de la plaza Militar, cruzará el puente Galcerán, bajará por la calle San Sebastián y culminará en la plaza de la iglesia de la Concepción.

"Contra la dictadura de los mercados y el capital, contra el paro y por los derechos sociales y laborales" es el lema que compartirán IC, USO, FSOC, Co.Bas y CGT en Tenerife. Sus representantes no precisaron si mantendrán la misma unidad en los actos del Día Internacional del Trabajo en el resto de Islas, aunque IC ya ha anunciado otra manifestación en Las Palmas y encuentros de sus afiliados en La Palma, Lanzarote y Fuerteventura.

El secretario general de USO-Canarias, José Ramón Rodríguez, subrayó que la convocatoria tinerfeña obedece al esfuerzo de aunar "la mayor voluntad sindical posible al margen de las organizaciones que son cómplices de la destrucción de derechos" y citó, como "prueba del algodón", la reforma del sistema de pensiones, que apoyaron CCOO y UGT.

Incidió en que los sindicatos deben "combatir la ofensiva criminal del poder político y económico que condena al paro, la pobreza, la marginalidad y la exclusión" a buena parte de la sociedad europea. Respecto a las Islas, vinculó la elevada tasa de desempleo al apoyo de Coalición Canaria a la estrategia "antisocial" del Gobierno central y censuró el nuevo acuerdo social rubricado el pasado martes por el Ejecutivo autónomo, las patronales provinciales y los sindicatos mayoritarios.

La representante de Co.Bas, Conchi Moreno, criticó que estos agentes hayan pactado dar impulso a la contratación temporal e indicó que "se está engañando" a la ciudadanía con la traslación del modelo alemán de reducción de jornada al Archipiélago, donde sólo se están recortando salarios.

Ignacio Rodríguez, de la dirección de IC, realzó el carácter "alternativo" de la convocatoria del próximo domingo, que nace de la "decepción" del papel jugado por CCOO y UGT frente a los gobiernos estatal y autonómico, para los que están siendo, dijo, "caballeros de compañía". Y lo son obviando, añadió, la realidad de Canarias.

Apuntó que ambos sindicatos apoyan la "propaganda" del Ejecutivo isleño, al que reprochó que defienda que la economía canaria se está recuperando. En este sentido, subrayó que el crecimiento turístico está llegando a base de bajar precios y recordó que la renta per cápita canaria está hoy más lejos de la media que en 2008.

Joan Blasco, de CGT, resaltó que hay que combatir la "apatía" de los trabajadores "con otro sindicalismo", diferente del de CCOO y UGT, mientras que Jesús Rodríguez, del FSOC, recordó que el Primero de Mayo es también "el día del derecho al trabajo".

jueves, 14 de abril de 2011

Sueño

Diario de Avisos, 14 de abril de 2011

Soñé que llegaba a una oficina pública cualquiera y habían externalizado la gestión de los clips. Una fórmula megayupi servía para calcular con exactitud cuántos clips requería de media un auxiliar administrativo a una productividad del ocho por ciento elevada al cuadrado de Pi. El derroche de clips resultaba insostenible, así que para atajar el despilfarro el departamento de disfunción pública había contratado a una empresa privada un software súper-eficaz por sólo treinta millones de euros. Un cartel fluorescente anunciaba las medidas de ahorro. Para fotocopiar un documento, tecleé un código de nueve dígitos porque, en aras de la optimización de los recursos no fungibles, se permitía el acceso a la máquina sólo cuando una empresa privada, propiedad de un primo de un consejero, activaba por unos 11 euros cada apertura del depósito de papel DIN A4.

Soñé que a la entrada del trabajo tenía que poner el dedo en un aparato instalado por una empresa privada que casi siempre fallaba, porque “cualquier pielecita, sudor o mota” impedían su lectura digital. Soñé que un guardia de seguridad privado me abría la puerta; soñé que subía al segundo piso y allí se afanaba una limpiadora de una empresa a la que cada tres meses subrogaba otra cambiándole vestuario y logotipo. Soñé que me robaban tiempo, ya que la operación sumatoria no había sido incorporada al sistema informático para el fomento del presentismo, de modo que se me restaban los minutos de menos pero no se me contaban los minutos de más. Soñé que flexibilizaban el horario hasta tal punto que podía entrar al trabajo entre las 8.00 y las 8.10. Soñé que estando enferma, mis datos personales se enviaban a una empresa cibernética que a su vez los enviaba a otra para que fueran colgados confidencialmente en una red centralizada al acceso de cualquiera.

Como los baños de la primera planta seguían sin generar beneficios se había optado por su privatización a cargo de una multinacional de servicios, batiburrillos y contratos basura, que lo mismo surtía de informáticos, servicios de hemodiálisis, profesores volantes o gestores de water públicos. A los lados de las ventanas se reduplicaban los operarios de la empresa Relon, contratados para bajar y subir persianas a medida que el sol iniciaba su ascenso, adaptando la gradación lumínica a las necesidades departamentales mucho más eficientemente que si lo hicieran funcionarios, ya que éstos pasaban sus mañanas en la playa, según un estudio nunca visto que todos citaban elaborado por una consultora; la misma que recomendaba la externalización de servicios públicos, la misma que había resultado adjudicataria de los servicios privatizados.
Soñé que por realizar las notificaciones de las que antes se encargaban funcionarios ahora una empresa cobraba nueve euros por cada una. Soñé que después del PICAP venía el SEFCA, después el RICDA, y quizás luego el MODCA, porque aquellos aplicativos informáticos eficientísimos, contratados por diez millones de euros a la amiga de la hija del concejal, habían quedado desfasados al instante, siendo reemplazados por otros aún más eficientísimos, contratados al yerno del asesor... Entonces desperté.

miércoles, 6 de abril de 2011

Los eurodiputados rechazan congelar sus salarios y dejar de viajar en primera

Diario El Mundo, 6 de abril de 2011

Los eurodiputados rechazaron el miércoles en la votación de un informe presupuestario una serie de enmiendas de los grupos de la izquierda que abogaban por congelar los salarios y reducir los vuelos en primera clase.

Estas enmiendas, con vistas al ahorro, se habían presentado a la propuesta de presupuesto general del PE para 2012, que ha recibido el visto bueno del pleno de la Eurocámara.

El próximo año, el PE contará con un presupuesto de 1.725 millones de euros, lo que representa un incremento del 2,3 % con respecto a 2011, cinco décimas por debajo de la tasa actual de inflación en la UE.

Los eurodiputados han aceptado reducir una sesión en Estrasburgo en el mes de septiembre para así ahorrar gastos, pero no han aceptado congelar su sueldo, como proponían algunas enmiendas introducidas por un grupo de eurodiputados de la Izquierda Unitaria Europea y de los Verdes, liderados por el portugués Miguel Portas y entre los que no se encuentran ningún español.

Las enmiendas, 4, 13, 14 y 15 sobre el proyecto de presupuesto abogaban por no aumentar para 2012 las asignaciones relativas a sueldo y dietas alegando que "en el actual contexto económico, mientras los ciudadanos europeos están sufriendo congelaciones y reducciones de sus salarios y pensiones, sería difícil de entender que los eurodiputados no aplicarán la contención".

En la misma línea, la enmienda 4, también rechazada, proponía reducir costes en viajes limitando los vuelos en primera clase para los que durasen menos de cuatro horas.

El presupuesto 2012, preparado por el portugués de los populares europeos José Manuel Fernandes, ha sido aprobado por 479 votos a favor, 176 en contra y 23 abstenciones.

Fernandes ha destacado que, dado que el incremento está por debajo de la inflación, el PE "hada dado muestras de responsabilidad presupuestaria y de autocontención".

Pese a todo, el presupuesto podría aumentar porque tendrá que ser revisado cuando se incorporen los nuevos 18 eurodiputados previstos en el Tratado de Lisboa y los costes relacionados con futuras ampliaciones, como la de Croacia.

El PE, como las demás instituciones de la UE, enviará sus previsiones de ingresos y gastos a la Comisión Europea, que presentará el proyecto de presupuesto de la UE para 2012 el próximo 20 de abril.

lunes, 4 de abril de 2011

Islandia enjaula a sus banqueros

Diario El Pais, 3 de abril de 2011

Se busca. Hombre, 48 años, 1,80 metros, 114 kilos. Calvo, ojos azules. La Interpol acompaña esa descripción de una foto en la que aparece un tipo bien afeitado embutido en uno de esos trajes oscuros de 2.000 euros y tocado con un impecable nudo de corbata. Se ve a la legua que se trata de un banquero: este no es uno de esos carteles del salvaje Oeste. La delincuencia ha cambiado mucho con la globalización financiera. Y sin embargo, esta historia tiene ribetes de western de Sam Peckinpah ambientado en el Ártico. Esto es Islandia, el lugar donde los bancos quiebran y sus directivos pueden ir a la cárcel sin que el cielo se desplome sobre nuestras cabezas; la isla donde apenas medio millar de personas armadas con peligrosas cacerolas pueden derrocar un Gobierno. Esto es Islandia, el pedazo de hielo y roca volcánica que un día fue el país más feliz del mundo (así, como suena) y donde ahora los taxistas lanzan las mismas miradas furibundas que en todas partes cuando se les pregunta si están más cabreados con los banqueros o con los políticos. En fin, Esto es Islandia: paraíso sobrenatural, reza el cartel que se divisa desde el avión, antes incluso de desembarcar.

El tipo de la foto se llama Sigurdur Einarsson. Era el presidente ejecutivo de uno de los grandes bancos de Islandia y el más temerario de todos ellos, Kaupthing (literalmente, "la plaza del mercado"; los islandeses tienen un extraño sentido del humor, además de una lengua milenaria e impenetrable). Einarsson ya no está en la lista de la Interpol. Fue detenido hace unos días en su mansión de Londres. Y es uno de los protagonistas del libro más leído de Islandia: nueve volúmenes y 2.400 páginas para una especie de saga delirante sobre los desmanes que puede llegar a perpetrar la industria financiera cuando está totalmente fuera de control.

Nueve volúmenes: prácticamente unos episodios nacionales en los que se demuestra que nada de eso fue un accidente. Islandia fue saqueada por no más de 20 o 30 personas. Una docena de banqueros, unos pocos empresarios y un puñado de políticos formaron un grupo salvaje que llevó al país entero a la ruina: 10 de los 63 parlamentarios islandeses, incluidos los dos líderes del partido que ha gobernado casi ininterrumpidamente desde 1944, tenían concedidos préstamos personales por un valor de casi 10 millones de euros por cabeza. Está por demostrar que eso sea delito (aunque parece que parte de ese dinero servía para comprar acciones de los propios bancos: para hinchar las cotizaciones), pero al menos es un escándalo mayúsculo.

Islandia es una excepción, una singularidad; una rareza. Y no solo por dejar quebrar sus bancos y perseguir a sus banqueros. La isla es un paisaje lunar con apenas 320.000 habitantes a medio camino entre Europa, EE UU y el círculo polar, con un clima y una geografía extremos, con una de las tradiciones democráticas más antiguas de Europa y, fin de los tópicos, con una gente de indomable carácter y una forma de ser y hacer de lo más peculiar. Un lugar donde uno de esos taxistas furibundos, tras dejar atrás la capital, Reikiavik, se adentra en una lengua de tierra rodeada de agua y deja al periodista al pie de la distinguida residencia presidencial, con el mismísimo presidente esperando en el quicio de la puerta: cualquiera puede acercarse sin problemas, no hay medidas de seguridad ni un solo policía. Solo el detalle exótico de una enorme piel de oso polar en lo alto de una escalera saca del pasmo a quien en su primera entrevista con un presidente de un país se topa con un mandatario, Ólagur Grímsson, que considera "una locura" que sus conciudadanos "tengan que pagar la factura de su banca sin que se les consulte".

Y del presidente al ciudadano de a pie: de la anécdota a la categoría. Arnar Arinbjarnarsson es capaz de resumir el apocalipsis de Islandia con estupefaciente impavidez, frente a un humeante capuchino en el céntrico Café París, a dos pasos del Althing, el Parlamento. Arnar tiene 33 años y estudió ingeniería en la universidad, pero, al acabar, ni siquiera se le pasó por la cabeza diseñar puentes: uno de los bancos le contrató, pese a carecer de formación financiera. "La banca estaba experimentando un crecimiento explosivo, y para un ingeniero es relativamente sencillo aprender matemática financiera, sobre todo si el sueldo es estratosférico", alega.

Islandia venía de ser el país más pobre de Europa a principios del siglo XX. En los años ochenta, el Gobierno privatizó la pesca: la dividió en cuotas e hizo millonarios a unos cuantos pescadores. A partir de ahí, bajo el influjo de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, el país se convirtió en la quintaesencia del modelo liberal, con una política económica de bajos impuestos, privatizaciones, desregulaciones y demás: la sombra de Milton Friedman, que viajó durante esa época a Reikiavik, es alargada. Aquello funcionó. La renta per cápita se situó entre las más altas del mundo, el paro se estabilizó en el 1% y el país invirtió en energía verde, plantas de aluminio y tecnología. El culmen llegó con el nuevo siglo: el Estado privatizó la banca y los banqueros iniciaron una carrera desaforada por la expansión dentro y fuera del país, ayudados por las manos libres que les dejaba la falta de regulación y por unos tipos de interés en torno al 15% que atraían los ahorros de los dentistas austriacos, los jubilados alemanes y los comerciantes holandeses. Una economía sana, asentada sobre sólidas bases, se convirtió en una mesa de black jack. Ni siquiera faltó una campaña nacionalista a favor de la supremacía racial de la casta empresarial, lo que tal vez demuestra lo peligroso que es meter en la cabeza de la gente ese tipo de memeces, ya sea "las casas nunca bajan de precio" o "los islandeses controlan mejor el riesgo por su pasado vikingo".

La fiesta se desbocó: los activos de los bancos llegaron a multiplicar por 12 el PIB. Solo Irlanda, otro ejemplo de modelo liberal, se acerca a esas cifras. Hasta que de la noche a la mañana -con el colapso de Lehman Brothers y el petardazo financiero mundial- todo se desmoronó, en lo que ha sido "el shock más brutal y fulminante de la crisis internacional", asegura Jon Danielsson, de la London School of Economics.

Pero volvamos a Arnar y su relato: "La banca empezó a derrochar dinero en juergas con champán y estrellas del rock; se compró o ayudó a comprar medio Oxford Street, varios clubes de fútbol de la liga inglesa, bancos en Dinamarca, empresas en toda Escandinavia: todo lo que estuviera en venta, y todo a crédito". Los ejecutivos se concedían créditos millonarios a sí mismos, a sus familiares, a sus amigos y a los políticos cercanos, a menudo, sin garantías. La Bolsa multiplicó su valor por nueve entre 2003 y 2007. Los precios de los pisos se triplicaron. "Los bancos levantaron un obsceno castillo de naipes que se lo llevó todo por delante", cuenta Arnar, que conserva su empleo, pero con la mitad de sueldo. Acaba de comprarse un barco a medias con su padre con la intención de cambiar de vida: quiere dedicarse a la pesca.

La fábula de una isla de pescadores que se convirtió en un país de banqueros tiene moraleja: "Tal vez sea hora de volver al comienzo", reflexiona el ingeniero. "Tal vez todo ese dinero y ese talento que absorbe la banca cuando crece demasiado no solo se convierte en un foco de inestabilidad, sino que detrae recursos de otros sectores y puede llegar a ser nocivo, al impedir que una economía desarrolle todo su potencial", dice el presidente Grímsson.

La magnitud de la catástrofe fue espectacular. La inflación se desbocó, la corona se desplomó, el paro creció a toda velocidad, el PIB ha caído el 15%, los bancos perdieron unos 100.000 millones de dólares (pasará mucho tiempo antes de que haya cifras definitivas) y los islandeses siguieron siendo ricos, más o menos: la mita de ricos que antes. ¿De quién fue la culpa? De los bancos y los banqueros, por supuesto. De sus excesos, de aquella barra libre de crédito, de su desmesurada codicia. Los bancos son el monstruo, la culpa es de ellos y, en todo caso, de los políticos, que les permitieron todo eso. OK. No hay duda. ¿Solamente de los bancos?

"El país entero se vio atrapado en una burbuja. La banca experimentó un desarrollo repentino, algo que ahora vemos como algo estúpido e irresponsable. Pero la gente hizo algo parecido. Las reglas normales de las finanzas quedaron suspendidas y entramos en la era del todo vale: dos casas, tres casas por familia, un Range Rover, una moto de nieve. Los salarios subían, la riqueza parecía salir de la nada, las tarjetas de crédito echaban humo", explica Ásgeir Jonsson, ex economista jefe de Kaupthing. El también economista Magnus Skulasson asume que esa locura colectiva llevó a un país entero a parecer dominado por los valores de Wall Street, de la banca de inversión más especulativa. "Los islandeses hemos contribuido decisivamente a que pasara lo que pasó, por permitir que el Gobierno y la banca hicieran lo que hicieron, pero también participamos de esa combinación de codicia y estupidez. Los bancos merecen sentarse en el banquillo y nosotros nos merecemos una parte del castigo: pero solo una parte", afirma en el restaurante de un céntrico hotel.

Una cosa salva a los islandeses, de alguna manera les redime de parte de esos pecados. En su incisivo ¡Indignaos!, Stephane Hessel describe cómo en Europa y EE UU los financieros, culpables indiscutibles de la crisis, han salvado el bache y prosiguen su vida como siempre: han vuelto los beneficios, los bonus, esas cosas. En cambio, sus víctimas no han recuperado el nivel de ingresos, ni mucho menos el empleo. "El poder del dinero nunca había sido tan grande, insolente, egoísta con todos", acusa, y, sin embargo, "los banqueros apenas han soportado las consecuencias de sus desafueros", añade en el prólogo del libro el escritor José Luis Sampedro.

Así es: salvo tal vez en el Ártico. Islandia ha hecho un valiente intento de pedir responsabilidades. "Dejar quebrar los bancos y decirles a los acreedores que no van a cobrar todo lo que se les debe ha ayudado a mitigar algunas de las consecuencias de las locuras de sus banqueros", asegura por teléfono desde Tejas el economista James K. Galbraith.

Contada así, la versión islandesa de la crisis tiene un toque romántico. Pero la economía es siempre más prosaica de lo que parece. Hay quien relata una historia distinta: "Simplemente, no había dinero para rescatar a los bancos: de lo contrario, el Estado los habría salvado: ¡Llegamos a pedírselo a Rusia!", critica el politólogo Eirikur Bergmann. "Fue un accidente: no queríamos, pero tuvimos que dejarlos quebrar y ahora los políticos tratan de vender esa leyenda de que Islandia ha dado otra respuesta".

Sea como sea, la crisis ha dejado una cicatriz enorme que sigue bien visible: hay controles de capitales, un delicioso eufemismo de lo que en el hemisferio Sur (y más concretamente en Argentina) suele llamarse corralito. El paro sigue por encima del 8%, tasas desconocidas por estos lares. El desplome de la corona ha empobrecido a todo el país, excepto a las empresas exportadoras. Cuatro de cada diez hogares se endeudaron en divisas o con créditos vinculados a la inflación (parece que, por lo general, para comprar segundas residencias y coches de lujo), lo que ha dejado un agujero considerable en el bolsillo de la gente. Tras dejar quebrar el sistema bancario, el Estado lo nacionalizó y acabó inyectando montones de dinero -el equivalente a una cuarta parte del PIB- para que la banca no dejara de funcionar, y ahora empieza a reprivatizarlo: la vida, de algún modo, sigue igual.

Todo eso ha elevado la deuda pública por encima del 100% del PIB, y para controlar el déficit tampoco los islandeses se han librado de la oleada de austeridad que recorre Europa desde el Estrecho de Gibraltar hasta la costa de Groenlandia: más impuestos y menos gasto público. Al cabo, Islandia tuvo que pedir un rescate al FMI, y el Fondo ha aplicado las recetas habituales: se han elevado el IRPF y el IVA islandeses y se han creado nuevos impuestos, y por el lado del gasto se han bajado salarios y beneficios sociales y se están cerrando escuelas; se ha reducido el Estado del bienestar. Que es lo que suele suceder cuando de repente un país es menos rico de lo que creía.

"Hemos recorrido una década hacia atrás", cierra Bergman. Y aun así, el Gobierno y el FMI aseguran que Islandia crecerá este año un 3%: el desplome de la corona ha permitido un despegue de las exportaciones, hay sectores punteros -como el aluminio- que están teniendo una crisis muy provechosa, y, al fin y al cabo, Islandia es un país joven con un nivel educativo sobresaliente. Entre la docena de fuentes consultadas para este reportaje, sin embargo, no abunda el optimismo. Uno de los economistas más brillantes de Islandia, Gylfi Zoega, dibuja un panorama preocupante: "Los bancos aún no son operativos, los balances de las empresas están dañados, el acceso al mercado de capitales está cerrado, el Gobierno muestra una debilidad alarmante. No hay consenso sobre qué lugar deben ocupar Islandia y su economía en el mundo. Vamos a la deriva... No se engañe: ni siquiera el colapso de los bancos fue una elección; no había alternativa. Islandia no puede ser un modelo de nada".

Hay quien duda incluso de que los banqueros den finalmente con sus huesos en la cárcel: "Los ejecutivos han sido detenidos varias veces, y después, puestos en libertad: como tantas otras veces, eso es más un jugueteo con la opinión pública que otra cosa", asegura Jon Danielsson. Hannes Guissurasson, asesor del anterior Gobierno y conocido por su férrea defensa de postulados neoliberales, incluso traza una fina línea entre el delito y algunas de las prácticas bancarias de los últimos años. "Muy pocos banqueros van a ir a la prisión, si es que va alguno: ¿qué ley vulnera la excesiva toma de riesgos?", se pregunta.

Pero los mitos son los mitos (y un periodista debe defender su reportaje hasta el último párrafo) e Islandia deja varias lecciones fundamentales. Una: no está claro si dejar caer un banco es un acto reaccionario o libertario, pero el coste, al menos para Islandia, es sorprendentemente bajo; el PIB de Irlanda (cuyo Gobierno garantizó toda la deuda bancaria) ha caído lo mismo y sus perspectivas de recuperación son peores. Dos: tener moneda propia no es un mal negocio. En caso de apuro se devalúa y santas Pascuas; eso permite salir de la crisis con exportaciones, algo que ni Grecia ni Irlanda (ni España) pueden hacer.

La última y definitiva enseñanza viene de la mano del grupo salvaje, a quien nadie vio venir: ni las agencias de calificación ni los auditores anticiparon los problemas (aunque lo que no descubre una buena auditoría lo destapa una buena crisis: Pricewaterhousecoopers está acusada de negligencia). Pero los problemas estaban ahí: la prueba es que la inmensa mayoría de los ejecutivos de banca están de patitas en la calle y algunos esperan juicio. Nuestro Sigurdur Einarsson, el banquero más buscado, se compró una mansión en Chelsea, uno de los barrios más exclusivos de Londres, por 12 millones de euros. La mayoría de los banqueros que tienen problemas con la justicia hicieron lo mismo durante los años del boom, y menos mal que lo hicieron: la gente les abucheaba en el teatro, les tiraba bolas de nieve en plena calle, les lanzaba piropos en los restaurantes o les dejaba ocurrentes pintadas en sus domicilios. Salieron pitando de Islandia. El caso es que Einarsson no tuvo que marcharse: vivía en su estupenda mansión londinense desde 2005. La hipoteca no era problema: Einarsson decidió alquilársela al banco mientras vivía en la casa; al fin y al cabo, un presidente es un presidente, y ese es el tipo de demostraciones de talento financiero que solo traen sorpresas en el improbable caso de que la justicia se meta por medio. Islandia parece el lugar adecuado para que sucedan cosas improbables: según las estadísticas, más de la mitad de los islandeses cree en los elfos. En el avión de vuelta se entiende mejor la publicidad del aeropuerto, sobre todo porque las fuentes consultadas descartan que, si finalmente hay condena a los banqueros, el Gobierno islandés vaya a conceder un solo indulto. Esto es Islandia: paraíso sobrenatural. ¡Vaya si lo es! -

viernes, 1 de abril de 2011

Indignación y compromiso

Diario Público, 1 de abril de 2011

Se preguntaba este lunes en Madrid Stéphane Hessel, 93 años, autor de un opúsculo de 30 páginas del que lleva vendidos 1,7 millones de ejemplares en el que llama a la indignación colectiva contra la injusticia, si seríamos capaces de deshacernos de lo que nos parece insoportable. Su respuesta era afirmativa, aunque, como él mismo matizaba, es más importante el compromiso que la victoria, porque ni se vence siempre ni siempre es necesario hacerlo para sentirse pleno. “A veces lo placentero es saber que las resistencias están ahí”, señalaba. El camino satisface tanto o más que la meta.

El planteamiento de Hessel es justamente el contrario al imperante. Nos hemos habituado al análisis del coste-beneficio, una lógica funesta ya que implica que no merece la pena movilizarse por nada salvo que tengamos la certeza de que el esfuerzo, por pequeño que sea, será recompensado. Además de a la melancolía, está dinámica conduce a la indolencia. Y eso, en un tiempo el que están amenazadas todas las conquistas sociales del último siglo, conviene mucho a una oligarquía que no deja de derribar barreras.

Comprometerse, en efecto, es muy importante. “Si una activa minoría se levanta será suficiente; debemos ser la levadura que hace que el pan suba”, afirma Hessel en su panfleto. Para que eso fuera posible deberíamos desenterrar algunas utopías a las que dimos sepultura. Hay que volver a creer que el interés general debe prevalecer frente a los intereses particulares, que una persona vale más que todos los mercados juntos o que el progreso de unos pueblos no puede edificarse sobre la miseria de otros. Debemos volvernos Sísifo y empujar la piedra a lo alto de la montaña tantas veces como se precipite ladera abajo. La utopía sirve para caminar, que diría Galeano.

La experiencia demuestra que es posible. La historia no se acaba en Lehman Brothers ni la escriben los analistas de Moody´s. Si hasta el mundo árabe es capaz de despertar de su letargo y romper las cadenas, ¿no seremos capaces de poner hacernos responsables de nuestro destino? Sigamos el consejo de Hessel y empecemos por indignarnos.