miércoles, 20 de febrero de 2013

Diario de Avisos, a 20 de Febrero de 2012

Encastillamiento – Por Alfonso González Jerez

La mañana de su ejecución Carlos II de Inglaterra le echó la bronca a un carcelero porque no le llevó una camisa limpia a la celda. El oficial le explicó, con voz neutral, que debería ocuparse menos de su camisa que de su cabeza, que caería rondando ese mismo día y luego adornaría una gallarda pica. Carlos quedó demudado. Quizás hasta ese mismo momento -pese a la derrota militar, al cuchitril donde lo habían metido, al pan duro y a la jarra de agua turbia- no había descubierto que ya no era rey, ya no merecía trato regio, ya estaba prácticamente muerto. Leo declaraciones políticas, escucho entrevistas, sigo debates parlamentarios, deletreo artículos de padres y madres de la patria y me embarga una sensación fantasmagórica similar: el impacto de lo que está ocurriendo ahora mismo es una gigantesca inconsecuencia, un remolino de irrealidad imparable y silencioso. Todo el espacio público está adquiriendo la condición de una minuciosa caricatura de sí mismo.
No es que los ciudadanos muestren una creciente desafección hacia el sistema político. Es el sistema político e institucional el que proyecta una creciente desafección respecto a la realidad. La huye. Sale al galope las veinticuatro horas al día. Todos los vértices del sistema amenazan con desmoronarse pero ninguno de los poderes del Estado -y tampoco los subsistemas del mismo, como los partidos políticos parlamentarios- están dispuestos a arriesgarse a la mínima autocorrección. Están atrapados en un suicida cálculo de intereses inmediatos. La monarquía ha entrado en una espiral de descrédito difícilmente reversible. El presidente del Gobierno se niega acobardadamente a tomar una sola decisión seria sobre la corrupción en su propio partido y se envuelve en teorías conspiranoicas mientras destruye la economía, jibariza los servicios sociales y reordena el mapa constitucional por las puertas traseras de decretos leyes sin discusión parlamentaria que valga. El jefe de la oposición parece decidido a liquidar a su propio partido frenando cualquier atisbo de debate interior y regeneración política en la socialdemocracia española. Los sindicatos asisten a su propio velatorio entre gemidos y las organizaciones patronales vociferan la necesidad de imponer de una vez el esclavismo como vía más eficaz hacia el capitalismo del siglo XXI. Y las izquierdas se indignan, se indignan mucho, y practican otro estilo de huida de la realidad: más noble, más ergonómica, más bochinchera, pero igual de irresponsable, agotada y agotadora.


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