martes, 4 de junio de 2013

Diario de Avisos, 4 de junio de 2013

Milagrito – Por Alfonso González Jerez

El cuento (más o menos liberal) reza así: la única forma para enfrentarse con garantías de éxito -aunque paulatinamente- a la fenomenal deuda exterior que sufre España consiste en incrementar la producción de bienes comerciables y para conseguir dicho objetivo resulta imprescindible moderar el crecimiento de los dos principales elementos determinantes del precio de producción: los costes salariales y los márgenes de beneficio. Curiosamente sobre los márgenes de beneficio se escucha muy poco; sobre los salarios, en cambio, puede uno encontrarse todos los análisis críticos que se quiera. En realidad la supuesta recuperación de la competitividad -no es que se trabaje mejor: se trabaja más barato- está recayendo con una fuerza brutal en las rentas del trabajo y no en las del capital. La troika estima que los sueldos deben bajar más todavía y el gobernador del Banco de España -que cobra casi 10.000 euros netos mensuales, si me permiten la despreciable cuña demagógica- ha señalado que el salario mínimo interprofesional, así como los sueldos estipulados en determinados convenios colectivos, debería ser suspendido.
Es bastante asombroso escuchar los aullidos de entusiasmo por el buen resultado de las exportaciones españolas en los dos últimos años a economistas que jamás prestaron atención a este fabuloso bálsamo que todo lo cura. No es de extrañar. Este discurso de la España Exportadora, Grande y Libre no se sostiene. Son solo seis las comunidades autonómicas las que concentran el 95% de las exportaciones españolas. Apenas el 3,3% de las empresas españolas exportan. La reducción del déficit comercial es más deudor de la caída de las importaciones que del aumento de las exportaciones. Muchos de los productos exportados por España (maquinaria de transporte ferroviario, por ejemplo) depende de la importación de componentes claves. La única estrategia para aumentar y consolidar las exportaciones en un mercado internacional ferozmente competitivo consistiría en una transformación de la especialización productiva y eso exige inversiones en I+D+i que casi han desaparecido en España. La dependencia energética de los combustibles fósiles y el demencial gasto que supone el consumo eléctrico juega en contra de un sector exportador potente. Pero, eso sí, aunque las exportaciones sean un milagro tan discutible como la multiplicación de los panes y los peces, los salarios misérrimos se quedarán aquí. Aunque obliguen a elegir entre panes y peces. Un día medio pan y otro una sardina

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